La música de Psicosis suena dentro de mi cabeza en cuanto mis ojitos dan con la profesora Sproge en la entrada del colegio. Esa mujer amargada no podía dejarme ir tan fácilmente, incluso después de ser testigo de mi fatal golpe en la nariz.
Oh no, ella necesita descargar su enojo siempre sobre yo, porque soy voluble y nadie defendería a alguien que confunden con un basurero.
¡Pepino italiano! ¡Ni siquiera soy tan cuadrada para que me confundan con uno!
Ellos envidian mi figura. Sí, eso debe ser. Envidian mi parecido a Venus. Pff, ¿a quién intento engañar? Comer chocolate me hace mal, quizás desvariar demasiado. Aunque dándole una vista gorda a mis divagues y fantasías, tenerlas con Drake es muy emocionante. De camino aquí me casé por décima vez con él, fantasiosamente hablando.
—Señorita Oreilly.
Me detiene del hombro antes de que mi nariz atraviese el umbral.
—Profesora Sproge, qué lindo es verla tan temprano por la mañana. —Ajá, claro. Preferiría que los perros de la calle hagan del dos en mi pierna antes de toparme con ella—. ¿Qué se le ofrece?
La altiva mirada de Sproge da conmigo, fría y severa. Su puntiaguda nariz es todo lo que veo al alzar mi cabeza. Ella es más alta que yo ¿o será que del miedo me voy achicando más?
—Inspección —pronuncia.
Como una masajista cansada de su trabajo, comienza a frotar mi cabello buscando algún rastro del color violeta en mi cabello. Revuelve mi cabello apropósito, a menos que sea fans de los peinados afros y quiera hacer uno en mí, cuestión que dudo.
Ella sólo quiere despeinarme.
—¿Está todo en orden? —pregunto, colocando mis manos como visera.
—Sí, sí... —repone por fin dejándome en libertad—. Procura no volver a teñirte el cabello con porquerías llamativas. Ahora, deja ver tu nariz. —Hago mi esponjoso cabello hacia atrás y alzo la barbilla para que pueda verme. Sproge coloca sus manos en la cintura inclinándose en mi dirección. Luego de unos segundos vuelve a enderezarse, tornándose la mujer recta y con mirada altiva—. No parece mal, puedes entrar.
Mi quijada se descolocó. ¿Acaso estaba preocupada de mí? ¿Sproge? ¿La persona que siempre tiene una excusa para detenerme en la entrada y regañarme? Madre de todas las madres... ¡Creo que lloraré de alegría!
Necesito contárselo a alguien... ¿a quién? Espárragos fritos, ojalá tuviese amigos.
—Mi dinero.
Adam ha puesto su mano justo por debajo de mi nariz esperando que le dé su dinero a cambio de las fotografías bellas y artísticas de mi novio no declarado. Lamentablemente, al salir disparada mi casa no traje su pago, ni siquiera traje dinero para mi almuerzo.
¡Vamos, salí como el corre camino para advertirle a Drake sobre Fry! ¡Y ni siquiera lo he visto!
Mi fuerza vital depende de Drake, verlo me recompone las baterías.
—Te lo traeré mañana, sin falta.
—Chicle de mora, cada vez vas aplazando más y más el pago.
—Lo sé, Adam, pero tengo problemas. ¿Por vas a mi casa después de clases? Te pagaré todo lo que te debo ¿y quién sabe? Quizás puedas quedarte a cenar con mi familia... y Claire.
Mi proveedor lo medita unos segundos. Tiene dos ojeras enormes que lo hacen parecer un drogadicto. Yo sé que Adam es fanático de los zombies, pero comienzo a sospechar que sus adicciones van más allá que los come-cerebros.
—Suena tentador —dice finalmente—. Acepto, te veo después de clases. Si no llegas, tendrás que regresarme las fotografías.
Hago un saludo militar.
—¡Señor, sí señor!
Adam no hace más que blanquear sus ojos y marcharse.
Le hago unas animosas señas como despedida, pero retraigo la mano al sentir un choque eléctrico mítico casi irrealista que revoluciona mis hormonas. Oh, sí. Mi sentido olfativo se agudiza al sentir el perfume de Drake; usa uno de Hugo Boss. En mi cabeza, una alarma resuena y mis neuronas tienen carteles gigantes de color blanco y con letras rojas en mayúsculas que rezan: ALERTA.
Me quedo estática observando a Drake pasar junto a sus dos amigos. Tiene un trasero tan esponjoso...
¿Dije trasero? Era cabello.
Detrás le sigue Claire y sus subordinadas payasas que siempre se ríen de no-sé-qué. Pasan arrastrando todas las miradas a su paso, como si fuera una pista de modelaje. Bah.
El timbre indica que debemos entrar a clases ya. Arrastro mis pies hasta mi casillero si caso el cuaderno para la clase con los movimientos de una tortuga. Odiosamente, para mi mala fortuna, Sproge es la primera que da clases este día. Verle otra vez no me cae en gracia, para nada.
—Oye, tú.
Me doy vuelta y una fuerza me estampa contra los casilleros. Me quedo atónita sin comprender qué ha pasado, hasta que Fry esboza una sonrisa que mataría a cualquiera.
—Creo que se te pasó algo —habla volteando su cabeza en dirección al largo pasillo. Ya casi no hay estudiantes, tampoco creo que alguien piadoso me rescate de aquí.
—¿Qué cosa? —pregunto, aunque sé de qué habla. Quiere que entregue el mensaje.
Me encojo de hombros buscando ocultar mi cabeza al notar que Fry se acerca a mí. Escucho un "je" en mi oreja. —Sabes perfectamente de qué hablo, bonita. El mensaje para Drake.
—No lo golpees, no le hagas nada —le ruego, apoyando mis manos sobre su pecho y empujándolo—. No a él, con Lernan puedes hacer lo que desees.
—Ohh... —exclama con sorpresa—. Te gusta Drake. Traicionera, yo te llevé a comer hot dog y a la peluquería, ¿qué hombre hace eso hoy en día? —Niega con la cabeza, decepcionado. No sé si lo está de verdad o está actuando para que me sienta fatal—. Todas son igual, maldita sea... Bien, no importa. Ahora tengo un motivo más para romperle su asquerosa nariz.
—¡No! —Lo detengo del brazo—. Le daré tu mensaje, haré que resuelvan sus asuntos, pero no destroces su nariz, es perfecta.
Fry hace una mueca de asco y sacude su brazo para que lo suelte.
—Rodolfo, ¿sabes todas las infecciones que guarda la nariz? No sé cómo tienes apetito para decirle perfecta. Tampoco sé cómo tienes el estómago para sentir cosas por Drake —chasquea la lengua—. Mujeres...
Es la hora. Ya no tengo vuelta atrás. Mis pies se manejan solos, con determinación. Después de hacer esto seguramente moriré, así que en mi mochila tengo un testamento donde exijo, explícitamente, que en mi féretro metan todas mis fotos de Drake, y sus pertenencias, y demás puede irse por el retrete... o mejor a un hogar para niños.
Eso está mejor.
Drake y Lernan suelen charlas a estas horas detrás de las gradas. Muchas veces creí que se ponían a consumir drogas o iban a besarse con chicas. Pero nop, mi frágil (y muy pervertida) mente no dio abasto cuando descubrió que los dos amigos simplemente jugaban a las cartas.
Le he pedido a la profesora Sproge que me deje ir al baño. Ella, sorprendentemente, ha aceptado. Salí echa un pedo de la sala y corrí hasta las gradas por la cancha. Ahora estoy temblando de nervios, cada uno de mis pasos en torpe. A medida que más me acerco, todo mi compuesto orgánico pierde su esencia.
Drake y su amigo, Lernan, me miran confusos. Se levantan del suelo dejando las cartas en el suelo, y en cuanto llego a su lado, ambos me miran esperando alguna explicación de mi aparición.
Me voy a desmayar.
—Ah... y-yo so-soy...
Voy a vomitar.
—Eres Nana Oreilly—dice Lernan—, la rubia que golpeé ayer de casualidad.
—¿Nana Oreilly? —le pregunta Drake a su amigo, ceñudo. Luego vuelve a mirarme.
Voy a enfermar.
—Dr-Drake yo...
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Ah, yo...—estrujo mi playera. Mis mejillas hierven al rojo vivo— yo sé muchas cosas sobre ti.
—¿En serio? —Su sonrisa perfecta de modelo se ladea. Espero que no enseñe sus dientes porque juro que me desmayaría con sólo ver el brillo de éstos.
—¿Eres una acosadora? —cuestiona Lernan— Era de suponerse, tienes toda la pinta de una. Drake, hermano, ¿por qué no...?
El "Shh" de Drake lo hace callar al instante. No puedo creer que mi crush, la persona que he stalkeado desde mi primer día aquí, me esté defendiendo... ¡otra vez!
Es definitivo, estoy muerta. Estoy en el quinto cielo.
—Déjanos —le ordena. La cara de Lernan se cae al suelo, y ni siquiera puede volver a ponerla en su lugar cuando con un gesto confuso, Drake mantiene su orden. ¡Toma esa! Ahora es cuando me propone matrimonio. Espero que no salga corriendo o me amedrente por ser su acosadora número uno—. Dime, Nana —¿Ha dicho mi nombre? ¿Sí? Creo que mi tonto nombre nunca fue tan perfecto. Alguien... agarrarme antes de que me desmaye—, ¿qué otras cosas sabes sobre mí?
Eso no se pregunta. Es decir, es como pedirme que cuente el pelo de mi cabeza. Si existiera un trabajo sobre cosas que sé de Drake, entonces sería la jefa de la empresa. Pensándolo bien, no suena nada mal...
—S-sé que te ll-llamas Drake... Ah... uhm. —¡Estúpidos nervios, no lo arruinen ahora!
Sonríe con ternura enseñando sus diamantes- Digo, dientes. Era dientes. Creo que estoy ciega y bien morida.
Drake pasa su mano por el cabello desordenándolo un poco. Ese aspecto de chico malo lleno de testosterona me mata.
—¿Sabes algo más... privado? ¿Dónde vivo, color favorito, notas, gustos musicales...?
Asentí mecánicamente.
—Vives en el barrio alto de la ciudad tu color favorito es el azul oscuro eres uno de los mejores en el colegio te gusta todo tipo de música pero la mayor parte escuchas Indie no te gustan los animales ni las personas tu grupo sanguíneo es AB te encanta la gelatina y prefieres no comer en el colegio.
¡Demasiado rápido, tonta!
Ahora es cuando dice: "Mira, te presento esto: se llama comas". ¿No? Bueno, nop.
—Genial, eres perfecta. —Respira hondo y se posiciona frente a mis iluminados ojos. Creo que lloraré, por fin estamos hablando... aunque es una conversación bastante rara—. Eres la chica perfecta para mí.
¿Estoy soñando?
—¿A-ah sí?
—Eres lo que estaba buscando Mama —pronuncia, colocando sus manos en mis hombros.
—Me llamo Nana.
—Eso... Nana. Te tengo una propuesta, y debes decir que sí.
Mi deseada propuesta de matrimonio ha llegado. Ahora entraran por la puerta los sujetos con los arreglos de flores, los pajaritos mágicos que tejen vestidos por arte de magia entrarán por la ventana, un caballo blanco galopará hasta aquí con un cura para que nos case, Cupido volará alrededor de nosotros y en sus manos tendrá una almohadilla que guarda nuestros anillos. Entonces, Drake se arrodillará y me pedirá matrimonio.
Fin.
—¿Estás ahí?
¡Acepto, Drake, acepto!
—Sí —Mi sonrisa se ensancha—. ¿Cuál es la propuesta?
Sus ojos me miran como sólo lo había hecho en mis más ardientes e imposibles sueños. Estoy embobada viendo su sublime rostro, sintiéndome en el mismísimo paraíso.
—¿Quisieras salir conmigo?
—Feliz Navidad... tutu tutu tu... Feliz Navidad.
Adoro la Navidad; los adornos, los arboles, la nieve, las botas en la chimenea... ¡El consumismo! Lo último no, pero soy amante de los buenos regalos. Las canciones navideñas son muy pegajosas, como goma de mascar, y siempre vienen a mi cabeza como pensamientos fugaces que me son difíciles de ignorar. Siempre termino tarareando o cantando como el himno nacional alguna que otra canción, incluso en el colegio. Lo bueno es que nadie me ve como una loca cuando canto allí.
El lado bueno de la invisibilidad.
—Cállate, tu voz es chillona y falta para la Navidad. ¿De cuál te fumaste? —Oh, cierto, casi doy por inexistente la presencia de Fry—. Ah, es el golpe en la nariz. Te estás tomando muy en serio tu rol de reno, bonita.
¿Bonita? Es el halago más hermoso que nadie nunca había podido o tenido el estómago de decirme. Creo que lloraré gomitas cubiertas en sal.
Sep, eso se asemeja mucho mejor a las lágrimas.
Y no menciono el sabor de las lágrimas porque me guste saborearlas como lo hacía mi compañero de banco en primaria cada vez que lo molestaban, sino porque un día me entró la curiosidad y quise probar a qué sabían. ¿Conclusión? Fue como tomar salmuera.
Eugh.
—Gracias por ofrecer tus servicios de chofer y llevarme a la peluquería, pero tengo una duda.
Fry detiene el auto frente a un carrito de hot dogs. Alzo una ceja (o hago el intento de hacerlo) y lo miro con detenimiento. Él hace un gesto autorizando a que baje, a menos que lo esté interpretando mal y me esté corriendo de su auto. Me encojo de hombros, tomo mi bolso y salgo, cerrando la puerta del auto de un portazo.
—¡Cuidado! —espeta y me gruñe. Él también se ha bajado—. Me llevó años juntar dinero para Betsy.
—¿Betsy es tu auto?
Es una pregunta retórica, la hice para confirmar su vasta locura. Y yo que pensé ser una loca por ponerle a mis peluches el nombre de Drake, enumerándolos desde Drake 1 hasta Drake 12. Ponerle nombre a los auto debe ser un fetiche que no quiero imaginar... pero lo hago de todas formas porque soy una pervertida.
—¿Eres amante de los autos o algo así? Mi vecino Pancracio le pone nombre a sus autos y los trata mejor que a su esposa.
—Me gusta la mecánica, y ponerle nombre a mi auto no es por lo que estás pensando. —Al pasar junto a mí me revuelve el cabello. Me hace una seña con su cabeza para que lo siga hasta el carrito—. Yo invito, preciosa.
Oh, cielos, si continúa llamándome así terminaré creyéndolo.
—¿A cambio de que yo pague la bencina? ¡Juro que pagué hasta el último de mis ahorros en la peluquería!
Se carcajea negando con la cabeza. Yo me río siguiéndole el paso y fingiendo demencia, como si lo anterior dicho fuese una broma. La verdad es que esperaba que me la cobrara.
Tal vez este día no anda mal del todo.
—Gracias, Señor Amable.
Recibo el hot dog y le doy un tímido mordisco. Debo actuar como una dama en público, no como el desastre de persona que soy cuando veo comida.
—No hay de qué.
Fry parece una aspiradora humana... ¡En el buen sentido de aspiradora! Se ha devorado el perrito caliente en un parpadeo. Lo observo con incredulidad y él me devuelve la mirada con satisfacción diciendo: "aprende de mí, reno". Caminamos hacia una banca cercana y nos sentamos. Toma un mechón de mi cabello y lo examina.
—Creo que te estás tomando demasiadas libertades. —Cubro mi pecho y me inclino hacia el lado contrario al suyo. Una perversa sonrisa se dibuja en su rostro.
—Tranquila, no muerdo.
Eso es precisamente lo que decía Adam de su perro cuando fui a su casa y me costó diez puntadas en la pierna.
—¿Vas a decirme ya cuál es el mensaje...? ¿Y para quién es?
Bufa y se echa hacia atrás. Un grupo de chicas pasa frente a nosotros y Fry no oculta su sonrisa de galán. Realmente parece el tipo de chico al que le gusta coquetear, pero no va más allá de eso, lo que le encanta hacer es agarrarse a puñetazos con los otros estudiantes.
Eso está claro, tiene mala fama entre todos.
—Quiero que le digas a Drake y su amiguito fracasado, Lernan, que los veré el viernes en terreno baldío que está detrás del colegio, después de clases. Sólo a ellos.
¿Es un ajuste de cuentas? No quiero que mi Drake, novio y amante futuro, resulte golpeado. Su sublime rostro con un arañazo sería un delito.
—¿Vas a... golpearlos?
—No, les daré amor.
La única que puede darle amor del bueno a Drake soy yo, si tan solo supiese de mi existencia...
☕
Después de escuchar los alardes de Claire y de cómo los chicos que babean tras ella, me levanto de la mesa con la mitad del pan en la boca. No estoy de humor para escuchar como es el centro de la tierra y nuestros padres la felicitan por ser la hija y estudiante perfecta.
Odio ser la segunda en todo, odio ser ignorada por mis propios padres quienes siempre olvidan mi presencia teniendo ojos sólo para Claire. Que me cueste un pelín estudiar, poner atención y destacar no significa que sea un basurero al que recurren cuando les convenga.
—Nana, ¿puedes sacar la basura?
Chasqueo la lengua al escuchar la sugerencia —más bien parecida a una orden— que mamá me da desde el comedor.
—Y traerme el periódico.
Faltaba papá.
—Okay, ya voy... ya voy.
Lo primero que hago es sacar la basura y dejarla junto a las bolsas de los otros vecinos, corro a los perros de la calle que intentan romper las bolsas porque luego dejan todo esparcido. El más enano de los cuatro me gruñe y me faltan pies para volver a casa.
¿Perritos calientes? ¡Perritos furiosos!
Tomo el periódico enrollado de la entrada y observo la primera plana. El glorioso rostro de Drake aparece en la imagen y me guiña un ojo. Otra vez estoy alucinando, genial.
"No, les daré amor".
Pego un grito y le lanzo el periódico a papá. Ni siquiera me echo un vistazo al salir de casa, esquivar a los perros y dirigirme al paradero.
Ayer después de reprocharle a Fry sus malignas intenciones, él espetó tornándose muy serio que de todas formas les daría la paliza de sus vidas. Cuando le pregunté los motivos no respondió nada, sino que encendió un cigarrillo y me ofreció darle una calada. Me negué rotundamente, este cuerpo de Barbie no se mantiene con malos hábitos, sólo kilos y kilos de chocolate.
Mi deber de buena samaritana no me dejó fantasear como de costumbre antes de irme a la cama, todo lo que podía hacer era imaginar con desdicha a mi amorcito golpeado.
Decidí que eso no pasaría, darle una advertencia es lo mejor.
¿Pero cómo? Soy una profesional es invisibilidad y la tipa a quien todos confunden con un basurero.
Soy una gelatina humana. Y no lo digo porque Drake esté pasando por mi lado, cosa que sería fantástico porque si me devora como lo hace con las gelatinas que compra en el casino del colegio sería una escena digna de 50 sombras de Grey.
Trágicamente, y dejando de lado mis imaginaciones lujuriosas, no estoy así por ver su sublime rostro; sino porque la curiosidad puede por sobre mis deseos de escapar.
Vamos, ¿a quién no le gustaría ver qué rayos está pasando?
Meneo la cabeza con indecisión, aunque sé perfectamente que mi elección ya está tomada. Debo darle un poco de actuación a las cámaras del colegio, si es que hay.
Nop, creo que no hay.
Jugueteo con mis dedos, me relamo los labios y camino hacia la pared, lugar en el que me apoyo para mirar hacia el otro lado del pasillo. Lento, como saboreando el momento, me asomo escuchando las órdenes de la profesora.
Hay una pelea.
Reconozco a Lernan, el amigo de Drake, y al otro también: es Fry Windmiston. Créditos a mí por aprenderme su largo y tedioso apellido. La profesora Sproge intenta detenerlos pero los golpes son una danza de nunca acabar. Derechazos, golpeas en la nariz, movimientos karatecas. ¡Alguien tráigame unas palomitas y la bebida!
Entonces, todo mi mundo da vueltas.
¡Coliflores con mayonesa! Un puñetazo me ha golpeado justo en la nariz.
—¡Oreilly!
La profesora Sproge me llama en la lejanía, pero no logro precisar desde donde está su áspera y estricta voz. Soy parte de una caricatura animada y solamente me hacen falta los pajaritos volando alrededor de mi cabeza. Me caigo al suelo en seco al tanto toda mi sangre se concentra en el centro de mi cara. Mi nariz se siente como una luz parpadeante.
Soy el Rodolfo moderno de esta generación. Apuesto a que el Santa Claus pervertido del centro estaría encantado de darme trabajo.
—Auch... —Me quejo llevando mi mano a la nariz.
¿Acaso ese liquido rojo es sangre? Moriré.
—¡Contemplad la creación de Rodolfo el Reno! —exclama Fry con magnificencia cual presentador de circo.
Fry se echa a reír como si mi paupérrimo —y ya bastante degradante— estado fuese un chiste. Si lo es, entonces en uno de muy mal gusto. Reírse de las desgracias ajenas no es gracioso cuando le pasa a uno, ¿verdad? Bien que me reía a carcajadas y lagrimeos anoche con los videos de caídas.
—Windmiston —La profesora Sproge lo mira con desaprobación. Me ayuda a levantarme del suelo y busca en sus bolsillos el pañuelo rojo que siempre trae consigo—, lleva a Oreilly a la enfermería.
Con expresión divertida Fry me toma del gancho y me arrastra lentamente, como si fuese un tarro de basura. Mis pasos son torpes, me siento algo mareada. Puedo ver a millones y millones de Drakes saludarme y sonreírme, mientras otros me alientan con voz apacible.
"Falta poco", "¡Tú puedes, Nana!"
Una risilla se escapa de mí.
—Son muy atentos, chicos.
—¿Estás viendo doble? Acá sólo hay un chico.
Fry voltea hacia mí alzando una ceja. Pestañeo con lentitud y frunzo el ceño ante su desagradable rostro. Tatuajes y piercing son el estilo de Fry. Yo prefiero pasar de esas cosas, le temo a las agujas y a última vez que intenté hacerme los hoyitos para ponerme arenes salí chillando del cuarto como un cerdo en feria. Siempre encontré que un hombre con tatuajes es rudo, pero con piercing... su hombría decae al quinto infierno.
Fry golpea la puerta y desde adentro se escucha al enfermero permitiendo la entrada.
—Hey, Monsey, te traigo a un lindo reno.
Gimoteo traspasando el umbral. ¿Por qué no fue Drake quien me trajo? Quería una escena romántica en la enfermería... Ambientación cálida, sabanas blancas, un "déjame ayudarte", un acercamiento repentino, corazones latiendo a mil por segundo y, finalmente, un beso apasionado. ¡Tantas cosas buenas en la enfermería que podrían pasarme!
El enfermero Monsey me ayuda para recostarme sobre la camilla de bajo presupuesto que hay en el colegio. Corre mi cabello hacia un lado, sonriendo probablemente por el espantoso color, y luego coloca su mano sobre mi frente.
—No hay fiebre aún —dice como si leyese un informe. Baja sus manos a mi nariz y me quita el paño ensangrentado de las manos—. Sangre; no hay mucha, pronto se detendrá. La hinchazón aún no ocurre, pero pasará, te recomiendo tomar descanso unas horas y no moverte demasiado.
—Debo ir a la peluquería para arreglar este desastre —señalo mi cabello. Fry es un payaso que no deja de sonreír con mofa, a su lado el enfermero no se queda atrás.
Bien, me corrijo: El payaso soy yo.
—Temo que no será hoy.
Lloriqueo recostándose sobre la camilla. Con mis ojos clavados en el techo blanco intento verle el lado positivo al asunto; lo cual es nulo. La voz del enfermero sugiere que intente dormir y yo, lentamente, cierro mis ojos hasta ver todo negro.
—Oye... Hey, tú...
Una voz profundamente apacible me saca del letargo de un curioso sueño. Soñaba con Santa Claus me elegía para dirigir si trineo y de paso me daba un cheque enorme. ¡Eso es vida! ¡El dinero era tanto que no trabajaría por un año! Equivalía a... ¿20 años de mesada?
Algo así.
—Oh, ya despertaste. —Hago una mueca al percibir olor a fresa, me doy media vuelta y vislumbro un borroso rostro. Es Fry. Bah, yo quería que fuese Drake—. ¿Como está tu nariz? Según supe, Lernan está en la dirección.
—¿No deberías estar allá tú también? —espeto, renegando su expresión de burla— O en la sala de detención.
—Yo no inicié la pelea, tampoco te golpeé. Además Sproge me tiene estima. —Lanza una sonrisa ladeada, muy socarrona, y se echa sobre la silla del enfermero.
¿Qué hace acá? ¿Estuvo todo este tiempo viéndome dormir? ¿Acaso me dio un beso para despertarme? Y yo que ni siquiera traigo brillo labial.
Esto se está tornando muy incómodo...
—Bueno, me iré.
—Espera —Fry me detiene justo antes de despegar mis pompas de la cama. Me quedo tiesa un instante, pero me incorporo como si su expresión no fuese anormal—. Te tengo una propuesta: Yo te llevo a casa o donde quieras ir, y tú me haces un pequeño favor mañana.
¿Tendré que pagarme la bencina? Porque está carísima.
—¿Qué clase de favor?
—Entregar un mensaje, uno muy simple. ¿Qué dices, lindo reno?
Si me pagaran por ser una tonta sin reparo probablemente estaría contando esto desde mi mansión, junto a la de Bill Gates. Lamentablemente para mí, eso no ocurrirá, la idiotez adolescente no es algo que se pague (a menos que seas un youtuber) y con la mala suerte que tengo dudo que alguien lo haga. Apostaría el dinero de mi almuerzo a que si lo hicieran, mi representante me estafaría y se marcharía con todo el dinero, porque si de chica con mala suerte se trata, yo, Nana Oreilly, supero a todas.
¿Dónde quedó la modestia, linda?
Cierto, cierto. Dejaré de presumir sobre mi mala suerte, aunque dudo mucho que alguien pueda presumir aquello... ¡Pero no tengo nada más que presumir!
Patatas cocidas, dejaré de divagar.
Bueno, en realidad no hay mucho que decir... Soy una adolescente más, el bicho raro de la familia, la hermana menor de la flamante y super popular Claire Oreilly, la chica invisible de segundo año y la acosadora anónima de Drake Robin.
Espero que lo último no salga en mi expediente, pero vamos, tengo un futuro asegurado como espía o investigadora secreta.
Como en toda historia él no tiene idea de mi existencia. Soy un cero a la izquierda que se sienta junto a la ventana para ver, con algo de suerte del destino, si mi novio sale a entrenar. Él todavía no sabe que somos novios, ni que nos casaremos; prometo que se lo diré cuando hablemos.
Lo amo, lo adoro, le tengo un altar en mi habitación. Es mi senpai y yo soy su yandere, con la pequeña diferencia que yo no ando matando personas y mi vena asesina aún no se desarrolla.
Soy una adolescente como cualquiera... Una adolescente que confundió la tintura de ropa con el champú y ahora tiene el cabello color chicle de mora.
¿Qué más da? De todas formas soy una invisible para todos los seres terrenales.
Todos, excepto...
—Señorita Oreilly.
Esa es la profesora Sproge, nos hace matemáticas y para mí matemáticas es sinónimo de odiar a la persona que enseña matemáticas, por eso (y porque suele tratarme como un trapo siempre que puede) la detesto. Es una mujer joven, sí, pero con el alma de una vieja amargada que vive y muere por el reglamento del colegio. ¿Y qué creen? Justamente hoy no cumplo con el reglamento.
—Se equivocó de Oreilly, profesora.
Le enseño mis dientes y pretendo entrar al colegio, pero claro, ella me detiene del hombro. Además de tener un deseo prohibido por el reglamento también tiene complejo de portera. Se suponía que hoy no la tendría que ver.
—Qué graciosa. —Hace lo que parece ser una sonrisa, una muy tétrica—. ¿Qué dice el artículo 18 sobre la vestimenta del colegio?
—Está prohibido llevar el cabello de algún color llamativo que no sea natural y acorde al uniforme del colegio; colores como: azul, rosado, rojo chillón, amarillo, verde, violeta... ¿Ya ve? Amo tanto el colegio que aprendí el reglamento de memoria.
En realidad aprendí el reglamento para que Sproge no tuviese con qué culparme. En vista de su odio inexplicable hacia mi persona, usando la excusa de no cumplir con el reglamento, tuve que leerlo y memorizarlo. Fue una noche horrible, llena de sollozos y gimoteos.
—Exacto.
Asiente, cruzándose de brazos. Por un momento no se escucha más que los gritos de los demás estudiantes entrando al colegio, mientras ruego que por un milagro me quede calva y no note mi nuevo color de pelo. Obviamente es imposible, El manda más de allá arriba quiere que sufra, seguramente por reírme de ese tipo en bicicleta que voló por los aires cuando el auto chocó contra un auto. Sí... debe ser por eso ¡y no me arrepiento de nada!
—Entonces, ya que tuvimos nuestra charla sobre lo bonito del reglamento me iré a clas...
¡Alto ahí loca!
—La veré hoy después de clases en la sala de detención. Buen día.
El timbre suena justo en el momento que lanzo un gimoteo. La sonrisa satisfactoria de Sproge es todo lo que me queda en mente cuando mis pies se arrastran por el suelo hasta mi casillero. Ir a detención con los más revoltosos del colegio no es algo que me guste, de hecho, me gusta tanto como mi nuevo color de cabello.
—Qué horror, hasta vergüenza me da que sea mi hermana.
Un empujón es todo lo que siento, "La señorita perfecta" pasa a mi lado riéndose a carcajadas junto a sus amigas y un montón de miradas la siguen. Ser popular no es cuestión de familia, yo soy la prueba de ello. Soy tan invisible dentro del colegio que en más de una ocasión me han confundido con un basurero. Claro, yo tengo la culpa, en parte, de quedarme de pie junto a éste.
Coloco la clave del casillero y miro hacia los lados por si algún sospechoso osa a mirar dentro, no sería muy lindo que alguien descubra las fotos de Drake y los millares de corazones que las decoran. Esto sólo es un 30% de fotos que tengo de él, las demás están bien pegadas en mi habitación, y la más hermosa donde sale con su torso desnudo está enmarcada y puesta en el centro de mi velador junto a un mechón de su castaño cabello.
—¿Dónde está mi dinero?
Esa singular voz es de Adam, el chico raro del periódico escolar, quien saca fotos y es mi proveedor personal de fotografías sobre Drake. Lo bueno de él es que conoce mi obsesión inocente por mi caballero dorado y no le interesa en absoluto; hay dos cosas que mueven al chico con ojeras, el dinero y los zombis.
—Te lo traigo mañana, ¿sí? —Está más pálido que de costumbre, supongo que trasnochó viendo a sus amores no-muertos otra vez—. Tengo un problema aquí arriba, ¿sabes? —Señalo mi cabello.
—¿Qué le pasó a tu rubio teñido?
Agarra un mechón de mi cabello y lo examina como si se tratase de un experimento, uno muy asqueroso.
—No soy rubia teñida... —Aplano mis labios para no insultarlo. Odio que me llamen así—. Confundí el champú con la tintura para ropa, creo que alguien lo puso en la ducha apropósito.
—¿Y ese "apropósito" es una linda chica rubia con buen cuerpo, muy inteligente y sonrisa perfecta?
Oh, claro, por un momento casi olvido que mi compañero de Literatura tiene un flechazo con mi hermana, así como la mitad de los estudiantes. Si pasaran un día con ella en la misma casa no babearían como bulldog cada vez que ella asoma la nariz.
—Ajá, esa misma.
—Bueno, Chicle de mora, quizás así por fin consigas que el tonto de Drake ponga tus ojos sobre ti.
Eso sería perfecto, pero no es como lo he planeado todo este tiempo. Me encantaría que la primera vez que hablásemos fuese por algo menos ridículo que mi cabello violeta. Siendo honesta, mis fantasiosos encuentros con Drake nunca han sido sobre cómo nos conoceremos y perderemos en la inmensidad de nuestros ojos, sino en citas, encuentros más... cercanos, nuestro primer beso, su propuesta de matrimonio, nuestra ceremonia, el nacimiento de nuestros trillizos.
Ah... cielos, que linda es la vida de una invisible.
Muerdo mis labios y saco el cuaderno de Filosofía. El jueves a primera hora nos toca con la aburrida clase del profesor Finch, quien no hace más que leer y hablar sobre lo fascinante que es Sócrates, Aristóteles y esos viejos que cuestionaban hasta a sus madres. Yo nunca le pongo atención y suelo inventar historias que escribo al final de mi cuaderno, al final en los exámenes siempre saco un sobresaliente. Pero es la única clase donde me va bien sin tener que estar al pendiente, en las demás me va horrible, espeluznante. Cada prueba es una masacre en Texas con la hoja teñida de rojo.
Cierro el casillero y volteo en dirección a la sala. El timbre suena y pone en alerta a todos los chicos como si se tratase de la alarma contra incendios. ¿Y yo soy la ridícula por sentir amor hacia mi caballero dorado? ¡Patrañas!
Arrastrando mis pies con el cuaderno bien aferrado a mi pecho, me encamino hacia la sala de Filosofía. Pero entonces mi mundo se torna de un rosa chillón y mi corazón bombea sangre con prisa, mis mejillas se sienten calientes y no puedo hacer más que paralizarme.
Acabo de escuchar la majestuosa risa de Drake, esa risa celestial que podría curar del estrés a la profesora L. y traer la paz mundial. Benditos oídos los que escuchen la melodía de los dioses del Olimpo. Amén.
—Eh, Drake.
Ahora es cuando mi cabello le llama la atención y nos casamos. ¿Verdad? ¿¡Verdad?!
Cierro mis ojos con fuerza y cuento los segundos para que nuestro primer encuentro se lleve a cabo. Pero después de los veinte segundo nada pasa. Melón con vino, ni con el cabello de un color ridículo logro llamar su atención.
Quizás para otra ocasión.
Gracias Dios por no dejar que me vea así de tonta y ridícula.
Gimoteo de camino a la sala de detención. Lo peor de tener que quedarme después de clases, es que me demoraré una eternidad en encontrar alguna peluquería sin muchos clientes y regresaré a casa muy tarde. No quiero que un violador me vea sola por la calle oscura, me estoy reservando para Drake.
—Oreilly —Al parecer, a Sproge le encanta decir mi apellido—. Pensé que no vendrías, casi voy a la entrada a buscarte y traerte.
Que halago, vamos, esta profesora tiene una obsesión conmigo. Es como el robot de Terminator 2, que seguía a Connor y su madre hacia todos lados. ¿Será que la profesora Sproge es como él? Nah, Úrsula de La Sirenita le queda mucho mejor.
—Sé que está feliz de verme, no tiene que demostrarlo.
Frunce el ceño y abre sus labios, pero unos gritos a la vuelta del pasillo la detienen, parece que hay una pelea.
—Qué rayos está pasando...
Su actitud es como la de Popeye después de comer espinacas, da zancadas grandes y se pierde de vista al girar hacia el pasillo. De pronto me encuentro escuchando sus regaños y con una posible vía de escape de la sala.
La puerta está junta y el pasillo largo hacia la salida despejada, no hay moros en la costa.
¿Debería quedarme o escapar hacia la libertad?